Siempre en todos los aspectos de mi vida, he sido muy consciente de que para mí es primordial “la confianza” y para que ésta exista, primero, debemos comprender a los demás sin ningún tipo de prejuicio si deseamos que otros también nos comprendan.
Y menciono esta reflexión porque la confianza ha sido la base sobre la que se ha sustentado mi relación y conexión con María José desde el primer momento en que comencé a trabajar para ella, estando a cargo del cuidado de sus dos hijos pequeños, hasta el día de hoy y es también por esta reflexión por la que, mi familia y yo, decidimos colaborar con este maravilloso proyecto en el que valores como la empatía, entendida como humanidad, la confianza, la tranquilidad, el respeto por los demás y el respeto por el entorno del que somos parte, son fundamentales.
Comenzamos a colaborar en el proyecto cediendo durante dos años en usufructo la vivienda en la que vivía mi madre sola, viuda con 93 años, y que apenas llevaba 6 meses vacía tras su rotura de cadera. La opción de venta la tuvimos en mente, pero la descartamos en un principio por las obras que precisaba el piso en el que habían vivido toda la vida mis padres ya muy mayores.
Lejos de pensar que el proceso de donación y colaboración fuera complicado, por las reformas y obras que requería la casa y, de además, apenas disponer de tiempo por los continuos cuidados a mi madre por su limitada movilidad, el proceso no pudo ser más sencillo. Arteale nos lo explicó muy bien y puso a nuestra disposición todo tipo de facilidades: trasladándose el notario hasta nuestro domicilio para la firma de la cesión, y haciéndose cargo también Arteale de la obra de rehabilitación que ha resultado sorprendentemente eficiente en un corto plazo de tiempo, cuyo gasto pensábamos que iba a ser cuatro veces más de lo invertido quedando una vivienda muy digna y accesible.
“No se trata de una transacción económica sin más”. Recuerdo perfectamente las palabras de mi madre cuando le explicamos el proyecto, le pedimos su opinión al respecto y tras escucharlas no nos quedó ninguna duda en aportar nuestra colaboración: “¿Y para que quiero una casa vacía? Así se le da uso, está protegida y se ayuda a otras personas a construir una nueva vida. Todos resultamos beneficiados.”
A la primera familia se le dieron las llaves por error antes de tiempo sin haber finalizado el acuerdo de colaboración consciente. Arteale enseguida se dio cuenta de la manipulación de los inquilinos gracias a continuar con el acuerdo de colaboración una vez instalados. Aunque fue problemática, Arteale se ocupó de gestionar esa situación difícil, logrando que la familia abandonara de la vivienda a los 10 meses.
Han pasado varias familias por la vivienda. Algunas han salido al acceder a los recursos normales de alquiler del mercado.
Cuando María José planteó la posibilidad de acoger a una familia ucraniana sin hacer el proceso de colaboración consciente, como propietaria no puse ninguna pega, desde la confianza que sentía en la Fundación Arteale. Al final no fue posible por el miedo de la mujer refugiada con una hija de meses, y que entonces residía en la vivienda, a compartirla con hombres.
Actualmente vive una familia de cinco personas cuya madre cuida de manera puntual a mi madre, propietaria de la vivienda, en cama desde hace más de dos años y con la que se relaciona mejor que con el resto de cuidadoras.
Recomendaría sin duda esta experiencia a otras personas, de hecho, hemos vuelto a renovar el usufructo por otros dos años, por todo el apoyo recibido de Arteale, por su seguimiento y atención, estando siempre pendiente de lo que es conveniente para las partes, por la integridad, honestidad mostrada y por contribuir a un bien que beneficia a toda la sociedad.
Se trata de ir más allá de gestionar un inmueble, se trata de ayudar a evolucionar como sociedad, crecer en armonía para, de este modo, lograr una convivencia equilibrada, inclusiva y sostenible.
María del Coro Calle Alonso